El imperio del sol naciente es la perfecta combinación de tradiciones y modernidad. Con su impecable gusto por la gastronomía, el diseño y el paisajismo, es un deleite visitarlo en las distintas temporadas y disfrutar de sus cerezos en flor o maples otoñales.
Templos, jardines zen perdidos entre montañas y santuarios sintoístas muestran la espiritualidad que ha caracterizado siempre a los japoneses y son el mejor ejemplo para que el visitante entre en comunión con la población local. Por otro lado, las grandes ciudades exponen el frenesí un tanto atolondrado en el que está inmersa la sociedad japonesa. Quien decida pasear por sus calles encontrará pequeños restaurantes de comida rápida japonesa, se cruzará a jóvenes disfrazados de personajes de manga y, con un poco de suerte, hasta podrá avistar a geishas girar apresuradamente una esquina por la calle.
Todo viaje a Japón tiene que incluir una noche en un ryokan o un baño en un onsen, una ceremonia privada de té y una experiencia gastronómica única.